En el mundo perfecto que nos venden en Instagram y LinkedIn, la retroalimentación es siempre constructiva, bien recibida y útil para crecer. Pero en la realidad, recibir feedback puede ser tan dulce como comerse un limón sin azúcar y a veces duele tanto que querrías desaparecer del planeta digital.
La retroalimentación —o feedback, que suena más moderno— es ese momento incómodo donde alguien te dice qué haces mal o qué podrías mejorar. Y sí, aunque duela, es necesaria. Pero ojo, no todo feedback es igual. Está el feedback bueno, el que te empuja, te hace reflexionar y mejorar. Pero también existe el feedback tóxico: ese que no aporta, que solo hiere o desmotiva.
¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la crítica? Porque nos gusta sentirnos perfectos, y una opinión que señala un fallo o un error pone en jaque esa ilusión. A nadie le gusta que le digan “esto está mal”, aunque sea para su bien. La clave está en cómo lo recibimos y qué hacemos con ello.
Además, dar retroalimentación es todo un arte. No sirve decir “esto está mal” y ya, sino explicar por qué, sugerir alternativas y hacerlo con respeto. Si no, la persona que recibe la crítica puede sentirse atacada y responder a la defensiva, lo que genera un círculo vicioso.
En entornos laborales, la retroalimentación es vital para el crecimiento, la mejora continua y la innovación. Pero muchas veces se evita o se da mal, por miedo a herir sensibilidades o por falta de habilidades comunicativas. Esto termina frenando el desarrollo y creando ambientes tensos.
Un buen consejo: cuando des o recibas feedback, trata de enfocarte en el objetivo común: mejorar. Si te toca recibirlo, escucha sin interrumpir, reflexiona y agradece la oportunidad. Si toca darlo, sé claro, específico y amable.
Y claro, en la era digital la retroalimentación se multiplica. Comentarios en redes, reseñas, mensajes privados… la cantidad de opiniones puede ser abrumadora. Aquí el reto es saber filtrar lo que vale la pena y no dejar que los trolls o haters te hundan.
En resumen, la retroalimentación es una herramienta poderosa, aunque incómoda, que bien usada puede ser la clave para subir de nivel. Así que, no la evites, aunque duela un poco, porque crecer sin críticas es como entrenar sin pesas: mucho esfuerzo y poco resultado.